martes, 15 de febrero de 2011

Los que esperan el bus y los que no


No soy de los que llegan a la parada del bus con 5 minutos de margen. Eso de esperar no va conmigo. Es más, cuando por la mañana repaso mi agenda del día si encuentro una hora libre, inmediatamente busco algo que hacer en dicho espacio de tiempo.

No me gusta esa sensación de sentir que se me escapa el tiempo (que no vida) de las manos. Creo que me he vuelto un acérrimo enemigo de la inactividad, o quién sabe, en un yonki de lo que coño segreguemos cuando estamos estresados. Seguro que algún científico ocioso de la Universidad de Minnesota ya ha versado sobre esto.

He encontrado un nuevo criterio para clasificar la gente: Los que esperan el bus y los que no.

lunes, 14 de febrero de 2011

Emociones primitivas


Cuando escribo textos como este doy la impresión de ser uno de los cada vez más mediáticos agnósticos radicales (que no ateo) que no dudaría en incendiar El Vaticano. Sí sí, porque ahora también existe el anticlericalismo radical.

No estamos habituados a manejar el término "radical" cuando nos referimos a ideologías más propias de lo que llamamos izquierda. Basta una pizca de espíritu reivindicativo y un chorrito de autodesignada superioridad moral y.....voilà! El cocktail está servido. Ha llegado el momento de repartir hostias a todo Cristo, nunca mejor dicho.

(No tomarás el nombre de Dios en vano)

El domingo disfruté de una brumosa mañana en el monte Tibidabo junto con algunos amigos. Me gustan la iglesias, me trasmiten paz. En ellas se puede pensar.

Soy de los que creen que las personas necesitamos creer en algo para seguir adelante y no desfallecer. Lo que no soporto es que el leitmotiv de las religiones sea apelar a emociones tan primitivas como el miedo.

Ya es hora de que la Iglesia pida menos y dé más a sus feligreses. Es curioso que los vocablos del latín "tibi dabo" signifiquen "te daré".

domingo, 13 de febrero de 2011

Dolor y esperanza


Me quito las zapatillas. Son azules, aunque no tan azules como lo eran entonces. La verdad es que sus costuras dan fe del cansancio acumulado en el camino.

Aún recuerdo aquella tarde de agosto cuando corrimos 300 metros bajo la lluvia desde aquella gran estación. Fue una locura que nunca olvidaré. Tú no querías hacerlo pero yo te convencí. Aún recuerdo los litros de agua que tuvimos que escurrir de nuestra ropa en el albergue.

No hace ni una semana y ya me invade la nostalgia. Cada noche, en la soledad de mi habitación, cae como una losa sobre mi. Sé que había que hacerlo. He hecho bien, lo sé.

Ahora ya no es mi turno. No seas cobarde, lucha.


...no sé que haré con vosotras, espero aún nos queden muchos kilómetros por recorrer juntos. Soy de los que confían en un buen remiendo a tiempo.